Para SRB, inteligencia y belleza.

En anónimo grabado del siglo XVI Hernán Cortés y sus huestes contemplan impasibles la erupción de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, mientras que los naturales ahí presentes, conocedores profundos del terreno, con espanto observan el supuesto cataclismo. Un editor flamenco de la centuria que sigue prefiere admitir lo inocultable. “La América […] es de tal suerte incógnita” –publica–, “como si de ninguna manera fuese en el orbe”. Al porfiar en merodearla, poderosas naciones desbordan las sorpresas.

BOTÍN

El papa Alejandro VI había emitido dos bulas sucesivas. Ambas propician en 1494 el tratado de Tordesillas, concerniente a los confines trasatlánticos. Lo dispuesto concede a España y Portugal absoluta exclusividad allá.

       “El sol brilla para mí como para los demás”, reacciona Francisco I, acomodándose la corona. E ironiza: “Me interesaría ver la cláusula del testamento de Adán excluyéndome de una parte del mundo”. Las palabras del monarca francés llevan dedicatoria.

       Deja notarse así tras caer Tenochtitlán en 1521 y enviar Cortés el tesoro de Moctezuma a la península. De buena parte se apodera el corsario Jean Fleury, que cañonea la flota de transporte. Francisco I lo recompensa, previa remisión del botín a las arcas reales. Mediante pillajes acompañados de pasmosos testimonios, Inglaterra, Holanda y Francia incursionan pronto en territorios al otro lado del océano.

LINDEROS

Cristóbal Colón anima el deslumbramiento. Le abre paso él mismo, con apuntes sobre la marcha. Temprano recorren el Viejo Mundo, distribuidos en distintos idiomas, agotándose de inmediato.

       En glosa del primer viaje, Bartolomé de las Casas revela que “el día pasado”, martes 8 de enero de 1493, “El Almirante […] vio sirenas”. Desandaba la ruta a Guanahaní y, “bien alto de la mar”, contabiliza tres de ellas. “Pero no eran tan hermosas” –asevera–, pues “tenían forma de hombre en la cara”.

       El inglés Job Hortop en 1568 las conoce y aun degusta. Secuaz del pirata John Hawkins, lo capturan al trasponer linderos huastecos. Trópico de Cáncer abajo –recapitula Hortop–, “en el río Pánuco hay un pez” semejante a “un ternero, que […] llaman mallatín”. O sea manatí. Redondea enseguida: Lo “he comido […] y sabe casi a tocino”.

REALIDAD

Compañero de oficio, Alexandre Oliver Exquemelin protagoniza correrías por el Caribe durante la segunda mitad del siglo ulterior. Este francés topa con novedades que lo estremecen. Incluyen el “licor espeso” de cierto árbol “y si alguno le toca […] levanta ampollas en la carne”. Mira de noche revolotear bichos luminiscentes, “que con razón […] llaman Moscas de Fuego” los paisanos. “Quise traer a la Europa” varias –lamenta–, “mas […] llegando a temperamento más fresco […] se desvaneció su resplandor”.

       William Dampier secunda en años próximos tales andanzas. Oriundo de Inglaterra, ataca el puerto de Alvarado, Veracruz, fascinándolo aves que combinan las vistosas plumas con el habla pícara. Dicha especie deviene emblemática de la piratería. También huésped de la laguna de Términos a hurtadillas, recomienda sin ambages ni empacho: “Las ramas” del endémico uvero “son muy útiles para […] endurecer” dagas y alfanjes “cuando fallan”.

       Pistola en mano, loro al hombro, participan del terrible saqueo que sufre el nuevo continente. No obstante, aquellas travesías los hacen enfundar por momentos la espada e improvisan fabulosas crónicas: Leña que devuelve el temple al arsenal de asalto, sirenas con rostro hombruno y sabor casi a tocino, savias que escaldan la carne, Moscas de Fuego que mitigan la penumbra… Editados, traducidos y reimpresos en ciudades europeas, sus relatos avivan la admiración que desencadena una realidad entonces ignota, “como si de ninguna manera fuese en el orbe”.

Arriba: San Francisco de Campeche, siglo XVII.

En medio: Cartografía de América, 1562.

Abajo: Libro de Exquemelin, ilustración.